sábado, 22 de septiembre de 2012

Canciones de la noche.

Nos hicimos palabras sobre los laberintos dormidos a la voz del silencio. Fué cuestión de tropezar, volver atrás, destejer ábacos...y respirar. Con el tiempo, las miradas deshacían los espejos y el rostro del camino sonreía en nuestras tristezas. De modo que nos hicimos árboles. Canciones eternas. Y olvido. Bajo la lluvia dibujamos mariposas. De las tardes grises al otoño atareamos la marcha. Vimos hacer nidos a las aves y la carrera alocada de los caballos bajo la tormenta. Hasta que fué preciso hacernos jardínes y descifrarle pétalos a las espinas. En todo, la vida respiraba a pleno pulmón. Sobre el barro, el hombre se hizo fuego y ceniza y la mujer emplumaba a los brazos del amor. Y danzaban los espejos. Y la noche renacía ante el brillo de la ilusión desnuda. Luego los senderos mutaron sus pasos sobre el asfalto y a los semáforos. Pero no! Las emociones florecían con el andar del reloj. Ahora las paredes caían con el perfume que envolvía el horizonte. Luego eran los idilios a flor de piel. A la derecha? A la izquierda?...bueno, echémoslo al azar! Los dados ruedan, las golondrinas rezan y nos hacemos primavera. Entre serpientes, nos arrastramos hasta la última ilusión. Y allí, la otra orilla: entre barcas de arena, navegamos a la deriva. Es cuestión que la luna se olvide de las olas. Y el amor de las sombras...Tuteamos las ruinas del anhelo, y nada es igual entonces. Las maletas vuelan hasta el río y allí nadan con los peces. Descorre las cortinas la pasión. Endendemos que ya no quedan enigmas sobre el esqueleto del laberinto. Termina el viaje!-nos decimos. Más bien, lo pensamos. Quizás lo intuimos. Las campanas llaman a un nuevo vuelo. Nos hacemos islas entonces. O continente. La lluvia echó raiz entre los montes de duendes centenarios. Y sin cansancio alguno, entre la tibia oración del desierto. El cielo nos inundaba entre la sed calmada. -El sol brilla-dices...Amanece. La historia empieza nuevamente. Desde el principio.