viernes, 12 de abril de 2013

Canto al eterno amanecer.

Una historia en el viento. Vuela en alas propias como un respirar. Mira en el mirar y sonríe, mientras la lluvia calma la sed del reloj. Es hora de la llovizna, por eso llueve: cantan los espejos entre nubes de algodón. Un día es un instante. Amanece: se levanta en la sed del rocío la madrugada. Medio día: el sol en las alturas, en lo más alto trasciende fuera de todo pensamiento. Las sombras se pierden en las formas del caminante y suda en su frente la ilusión perenne del horizonte(sus ojos a media asta). La tarde: la melodía gris entona con el destino que desteje fábulas. Se habla del amor tras cualquier esquina, hay amores lejanos soplando con el viento, entre nubes cansadas que medio sonríen en su andar; se acojen eternidades que huyen al mirar y palpitan hacia el primer lucero que ya sueña en alzarse como una sublime forma de trascendente sensación. Y la noche: caminan los duendes por calles innombrables, las mimitas vuelan en su propia luz mientras el viento susurra al canto de los grillos. Una lámpara de gas aguarda en un rincón. Cupido recoge en las estrellas el canto de un deseo y echa a volar con el amor dormido en mil saetas. Todo es un sueño despierto. Nos buscamos en las sombras a tientas, peregrinos de almas sutiles que avanzamos sin llegar a encontrarnos al primer vuelo. Por sobre los espejos se despiertan efímeras promesas, cocuyos que se abrazan a distancia como luces sublimes que despiertan a cada mirada, a cada intensión: en cada perfume de alas blancas. Nos hacemos eternidad, entonces, y todo el tiempo nos encuentra transparentes, indecisos al camino o al beso. Con palabras tentando a la caricia, con suspiros llamando a la pasión. Y luego somos vuelo, inocente respirar de lo intangible: canción de amor puro y de nuevo amanecer.

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