jueves, 28 de abril de 2011
Ese atardecer que amanece
Y fuera de las horas del reloj. La vida corre hasta encontrarse con el viento que pasa sin tocar los espejos y la mirada. El camino se agranda si amanece. El camino se ensancha sobre el sol que se dobla al horizonte. El dios se hace sublime sobre el sueño despierto. El dios se hace la huella sobre el paso que deletrea la ilusión sin nombre que se envuelve en los pasos de los pasos, mientras respira el alba. Mientras la atarde anida su espesura. Y en todo está la vida. El hombre no se duerme entre la noche que llega, se hace estrella. Se hace aullido y cocuyo si la luna se asoma con la voz fascinada en su propio brillo mientras enamora a la mar y a los ojos dormidos a un corazón que late entre las piedras, con el canto de los grillos.
Y en todo, el rocío da de beber a los lagartos. El canto de los gallos y las campanas despiertan los jardínes dormidos y los corazones nublados entre el cansancio y el polvo. Hombres de mil moradas que van con el sol risueño o el triste suspirar de una tarde cualquiera. Saluda al despedirse. Bendice al despertarse. Y vuela con las aves que vuelan con el viento. La canción se repite eternamente, en el amanecer de cada tarde.
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