En el espiral de los sueños, el día sucede entre madrugada y rocío.
La realidad tiene cielo azul y asfalto. Poesía concreta que va con el tiempo, lejos del reloj.
El andar nos lleva entre sensaciones, buscamos a ciegas realidades. Y luego el café, y el rostro ante el espejo.
El río del presente es un pez que se hace mar, y no barca. Y luego las olas y un cielo de gaviotas.
Caracolas anidando en la humedad de la arena, a orillas del instante. Estiramos los brazos...
Y ponemos de pié todo aquello que puede ser posible. En cuanto a lo imposible, ya será.
Danzar con el viento. Algo poblado de ternura, temperatura afable y transparente.
Pero rehace sus alas el sol: rumbo al horizonte, vestido de cielo azul y nubes de papel.
Pero no solo es poema el poema. Despiertan los idilios y la distancia. Amor lejano.
Hay que volar. Dejarse ir con el viento. Hay que hacerse alfabeto y pentagrama.
Porque empieza a ser el nuevo día. Y abrazamos universos de universos. Para ser lo que somos.
Y la música. Y los versos que seducen el silencio. Y la palabra en la palabra. Diálogo y eternidad.
El camino recorre las huellas, el reloj ve pasar al hombre fuera del tiempo. Aroma de café.
Melodía de un instante, sensación efímera. Amor eterno.
Y en todo lo que es, ruedan los dados: azar y destino... entre versos y cantos.
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