Dibujar amaneceres, buscar en la distancia. Por aquel querer darle forma a la vida.
Para no mirar pasar el tiempo sin poner luz al reloj. Despertar aquel canto que habla de lo que somos.
De lo que somos y de todos aquellos anhelos que van con nosotros por entre los menesteres del día a día.
Nos encontramos con nosotros, cuando ya todos se han ido. Cuando nos apartamos del contexto,
y nos paramos frente al espejo. Cuando nos sentamos en aquel lugar que nos permite encontrarnos.
Encontrarnos en nosotros mismos. En lo que va muy por dentro: alas que esperan cielo azul y viento propicio.
Buscar por todo el universo lo que llene aquel vacío, puede que no sea llenado y sí compartido.
Entonces navegar entre sensaciones sin nombre, que descansa entre una mirada anidada en otra mirada.
Ir y venir, con el alma plena. Las calles se hacen más cortas, los días más encantadores.
Diciendo su nombre al oído, entrecruzar los dedos y dejarse ir como si nada más importara.
En lo que amanece, el amor florece. Y un vendaval de sueños y música, recorriendo la unión.
Cuando se acaba el alfabeto, y danzan las formas intangibles de la ilusión. Todo importa, todo es luz.
Pero luego toca caminar, ir juntos por el mundo. Entre la niebla de la duda sonreír.
Perdernos en el encuentro de un nuevo día. De un eterno parpadear de canciones.
Canto a tu nombre, tú me haces canción en tu regazo. Y somos hogar, mientras amanece.
La distancia. La búsqueda y el encuentro. En medio de mil noches, entre estrellas fugaces y luz de luna...
hacernos unos en el todo, mientras cae la lluvia. Mientras la madrugada bebe del rocío.
Mientras las luciérnagas tejen los caminos de miradas.
Se acaban las palabras y los caminos, y allí vamos, desnudos y transparentes. Con la vida despertando.
Y nosotros, en medio de la nada, rehaciendo instante en instante...y beso en beso.
Desde la ceniza del pasado, al plumaje del amanecer. Volar entre la melodía del ser, llenos de certidumbres
y oscuridades.
Hogar, entonces. Por toda una eternidad, hogar. Con el amanecer. En cada amanecer.
Saberte mía y del mundo. Saberme tuyo, y de todo aquello que lleva tu nombre...
Por los siglos de los siglos.
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