La composición del instante. Vemos salir el sol, y con el sol todo aquello que somos.
Todo aquello que amamos.
Y en ello, nos hacemos amanecer.
Fuera de las palabras, va el significado de aquello que nos hace ciertos.
Pero las palabras, vienen a sacar a la luz las sensaciones de aquellas realidades.
Con el sol que sale, nace el día. Con las palabras, salimos a la luz, al mundo.
Lo del amor, despierta entre el susurro del alba. Ver irse la madrugada y el rocío.
Ver reaparecer la mirada del camino. Del amor. De las cosas.
Un poco más allá, develando distancia y suspiro, espera la ilusión, los sueños...la música.
El café anida el andar del reloj, olor a tiempo intangible y sereno. Vuela el vacío.
Pero en todo lo concreto habitan los espejos. Reflejo de lo eterno, de lo sublime.
Laberinto de versos y silencios. Ante la mirada del universo, transitamos en la prisa serena de un gesto.
Del ir y venir de las cosas. Ayer no es hoy. Hoy no es mañana. Solo el amor persiste.
Cruzando mil mares de arena y caracolas. En la espiral de un beso, se entretejen los dedos.
Los cuerpos sumergidos en la tibia fábula del deseo. Para luego surgir de las cenizas.
Llenos de inocencia, vuelan todas las esperanzas a su nido. Y la tierna sonrisa de un instante.
Luego suena la música y las huellas, los caminos seducen lo eterno. Hogar e idilio.
Nos quedamos en la mirada del uno y del otro. Somos uno, decimos. Pero somos dos.
Dos en uno, decimos.
El horizonte entreteje melodías: hay que hacer que la vida nos espere.
Y allá vamos, río abajo, hacia el mar. Como dos peces transcurriendo, mientras el mundo gira.
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